Hay historias que comienzan como cuentos de ciencia ficción. microTERRA, por ejemplo, no suena como el nombre de un emprendimiento de alto impacto, sino como una expedición de astronautas en busca de vida extraterrestre. Y de alguna manera, lo es. En el centro de esta aventura está Marissa Cuevas, una mujer que, en lugar de encontrar marcianos, descubrió una pequeña planta llamada lemna, capaz de limpiar agua contaminada y ofrecer proteínas al mismo tiempo. Algo así como encontrar una fuente de energía ilimitada en un bonsái.
“Cuando escuché que el 70% del agua dulce se usa en la agricultura y que no había un sistema comercial para tratar ese tipo de aguas, me explotó la cabeza”, me cuenta Marissa, con la misma calma que uno se imagina tendría un astrónomo tras descubrir vida en Marte. Esa idea, tan simple y devastadora, la impulsó a fundar microTERRA, una empresa que ha ido evolucionando y encontrando su lugar en un mundo donde el agua y la comida parecen agotarse.
El problema del agua no es nuevo. En México, como en el resto del mundo, se debate entre ser un derecho humano y un bien escaso. Marissa, pragmática, lo ve desde un punto de vista más técnico. “El agua es complicada porque no genera ingresos suficientes para atraer innovación. Comparémosla con lo que gastamos en internet o en energía, donde sí hay márgenes, y ahí se metieron los grandes jugadores a hacer revoluciones tecnológicas”.
A diferencia de los anuncios de “cierra la llave mientras te cepillas los dientes” que parecen atacar a los consumidores promedio, Cuevas prefiere una perspectiva diferente. “Lo que comes tiene más impacto en el agua que veinte duchas cortas,” dice con una media sonrisa. Y aquí es donde entra la lemna, esa planta que encontró en su camino y que limpia el agua mientras genera biomasa. Marissa la describe como “un lirio en chiquitito”, que convierte los contaminantes del agua en algo que puedes sostener en la mano.
La historia de microTERRA es la de un emprendimiento que se construyó pivotando una y otra vez. Lo que comenzó como un ambicioso plan para salvar al planeta de su mayor contaminante de agua, la agricultura, se transformó en una tecnología comercial. Ahora, venden moléculas capaces de hacer que los edulcorantes como la stevia sepan más a azúcar y menos a metal.
Al preguntarle sobre las dificultades que han enfrentado, Marissa habla de la recepción de los grandes jugadores del mercado. “Es complicado”, admite. “Nos acercamos a corporativos como Tetra Pak, que están interesados en reducir el azúcar, pero estos procesos toman entre 18 y 24 meses. Mientras tanto, seguimos empujando la investigación”. Y así es como microTERRA ha aprendido a moverse entre titanes, buscando una solución que, aunque pequeña, podría revolucionar el mundo de la alimentación.