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De las muy, pero muy pocas cosas buenas que dejó la pandemia como enseñanza, es que nuestro hogar es más que el lugar donde dormimos.
Y es que la sociedad, el trabajo, los compromisos y nosotros mismos, repletamos nuestra agenda de manera tal que corremos como si alguien nos persiguiera a marchas forzadas.
Estando en casa durante las restricciones sanitarias, nos dimos el tiempo para gozarla. Redecoramos espacios, rehabilitamos otros, la disfrutamos cuidando nuevas plantas. Resultó, además, el sitio seguro para trabajar y convivir con los más cercanos. Eso, sin duda, tuvo un buen sabor.
El ¨arte¨ de vivir más lentamente y así, disfrutar, se redimensionó en 1986 cuando el periodista Carlo Petrini se sintió indignado porque, en el corazón de Roma, habían inaugurado un restaurante de comida rápida.
Así, fundó el movimiento slow food que escaló a otros sectores como la salud y el ámbito laboral, por ejemplo. Unos años después, en 1999, se fundó CittaSlow.
¿La idea de estas ¨ciudades lentas¨? Tener menos de 50 mil habitantes, sin importar el lugar del mundo donde se ubiquen, unidas por un objetivo común:
mejorar la calidad de vida de todos.
Esta red de ciudades vigila celosamente, a través de un organismo internacional, varios factores.
Entre ellos destaca la política medioambiental, promover el uso de la tecnología que sea favorable para el planeta, incentivar técnicas naturales para cultivar y el consumo de productos locales.
Y muy importante: que los habitantes convivan cordialmente entre sí, sin apuros ni atropellos. Si decides visitar algunas de las Slow Cities debes saber que la zona del centro es totalmente peatonal -no habrá ruidos, pero tampoco transporte-.
Los restaurantes promoverán siempre la gastronomía local bajo la consigna que dicta del campo a la mesa. Es muy probable que no encuentres grandes centros comerciales, más bien locales de quienes la habitan con sus productos de la región.
En nuestro continente hay pocas ciudades de este tipo -cuyas prácticas pretenden heredar a las grandes urbes-. Podrás encontrar a Pijao, en Colombia -que conocimos en un viaje al eje cafetero de Colombia-.
Su gente es muy amable y en efecto, tal parece que realmente viven sin correr.
Todas las casas están pintadas, hay plantas por todos lados y no se escuchan los claxonazos agitados que tanto contaminan a nuestros oídos. También está Socorro, en Brasil. Canadá tiene 4 y Estados Unidos 2.
En México todavía no tenemos ninguna ciudad considerada dentro de este concepto, pero sí hay algunas que ofrecen bajar nuestra velocidad y darnos un poco de calma. La capital oaxaqueña es una de ellas. ¿Qué tal caminar por Santo Domingo, ir al jardín botánico y desayunar en el mercado?
La mayoría de las Slow Cities se localizan en Europa y en este link las podrás ubicar fácilmente www.cittaslow.org