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Mariangel lleva la pasión por el diseño en la sangre. Su padre era arquitecto y, desde pequeña, aprendió a recorrer con él las obras y entender los espacios. También desarrolló una extraordinaria sensibilidad estética:
“Me empecé a obsesionar con cómo influye el entorno que te rodea en tu forma de ser —cuenta—. Tuve el privilegio de crecer en un fraccionamiento diseñado por Luis Barragán, Las Arboledas, en la Ciudad de México. Hay una fuente, que originalmente eran unos bebederos para caballos, porque el diseño previo era ecuestre... Es un espacio muy inspirador que me marcó”.
Una mujer sensible difícilmente encuentra belleza en una sola disciplina. La danza, el teatro, el cine, la fotografía, la literatura y la pintura han forjado su carácter creativo.
“La mejor forma de aprender es apreciar lo que estás viendo. Trato de fijarme solamente en lo bonito, ¡o lo que para mí es bonito! —reflexiona—. Siempre he procurado asistir a ferias de diseño internacionales y, cuando lo hago, me gusta conocer hoteles boutique y restaurantes que estén bien diseñados porque, cuando vives el espacio tridimensional, lo entiendes más que si ves solo una imagen. Estoy convencida de que el buen gusto es adquirido”.
Coghlan retrata todo lo que le llena la vista —los paseos con su familia, la arquitectura, los colores, la vegetación, los atardeceres o la comida— y lo convierte en inspiración. Sus dos libros monográficos recopilan la evidencia, con fotografías de referencia al lado de los proyectos que ha realizado.
Si bien el arte y el diseño requieren de los mismos principios de organización, los mismos elementos visuales y el mismo compromiso de los sentidos, tienen diferencias sustanciales.
El diseño es funcional, el arte no:
“Un buen diseñador decodifica, analiza y sintetiza una cantidad gigantesca de información para facilitar las decisiones de sus clientes —explica Mariangel—. Como las posibilidades son infinitas, hay que saber abstraer lo que se necesita para cada proyecto, y eso se aprende eventualmente”.
Poner a las personas en el foco del diseño es un eje rector en la práctica de Mariangel Coghlan. “Soy una amante de la estética y estoy convencida de que la belleza salvará al mundo —no es una frase mía, sino de Dostoyevski—, pero el diseño debe estar centrado en el ser humano”, dice.
Para su firma, lo principal al configurar un espacio es pensar en quién lo va a habitar y cómo este va a mejorar su calidad de vida, sus relaciones familiares y su tiempo de contemplación.
Los dos años que la pandemia nos ha obligado a pasar más tiempo en nuestros hogares, han sido, para ella, una invitación a la reflexión: “Darnos cuenta del valor que tiene el cobijo de una casa”, pero también poner en contraste “cómo queremos vivir y cómo podemos mejorar nuestros espacios para sentirnos mejor y ser más productivos”.
Como profesional, ha tenido que replantearse la manera de optimizar los ambientes y hacerlos más versátiles, una vez que la frontera entre el espacio laboral, familiar y personal se vio desdibujada.
“Nuestro trabajo no es superficial. Es más importante de lo que habíamos previsto”, confiesa.
La nueva realidad también ha despertado una conciencia por la higiene. “Que los materiales que usemos no guarden virus o bacterias y sean fáciles de limpiar se ha vuelto una prioridad”, asegura Coghlan.
Por otro lado, el diseño biofílico continúa ganando adeptos. Se trata de un estilo que conecta a las personas con la naturaleza mediante elementos como plantas de interior, fuentes, terrazas y jardines. Las vistas al mar, las montañas y otros paisajes exteriores también tienen cabida.
La evolución constante es otra de las tendencias que determinan el rumbo del interiorismo.
“Hacer modificaciones es sano, ¡y más cuando hemos estado tanto tiempo encerrados! Cambiar un color, un florero, los cojines, la forma de poner la mesa o tender la cama nos da alegría y nos devuelve la ilusión de vivir en casa”, apunta.
No se trata de promover una cultura de lo desechable, porque no sería sostenible, sino de realizar pequeños ajustes y vivir con lo esencial, es decir, lo que nos hace felices.
Hacer un uso más responsable de los recursos no solo supone consumir menos, sino apostar por productos de mayor calidad y vida útil.
En ese sentido, Coghlan aplaude la resistencia y el fácil mantenimiento de los materiales tecnológicos. Conocer lo que ofrece el mercado y las mejores soluciones, dice, es parte del trabajo:
“Leo todos los días y dedico 25 a 30 minutos a ver imágenes. Eso enriquece mi acervo cultural y de información. [En casa] no podemos irnos a dormir sin haber aprendido algo nuevo. Se los digo a mis hijos todo el tiempo: ¿qué aprendimos hoy y qué hicimos por los demás? Debemos poner el conocimiento al servicio de los otros”.
Tres palabras de decoración para 2022
Mariangel: Armonía, alegría e ilusión.
¿Minimalismo o maximalismo?
Mariangel: Depende, ¿se vale?
¿Arte clásico o contemporáneo?
Mariangel: ¡Depende también! Si me preguntaras por la música, sería clásica.
¿Flores frescas o secas?
Mariangel: Frescas.
¿Un libro sobre interiorismo que te apasione?
Mariangel: La magia del orden de Marie Kondo.
“La belleza salvará al mundo”
Fiódor Dostoyevski
Mariangel Coghlan es la arquitecta fundadora de la firma de diseño homónima. Con más de 25 años de experiencia, se ha convertido en un referente del interiorismo mexicano.
Madre de cuatro hijos y esposa de un gran artista, es una empresaria incansable y optimista apasionada del color y la belleza. Constantemente se involucra en iniciativas que le permitan difundir el valor del diseño como instrumento de cambio positivo en nuestra sociedad.
Asimismo, es autora de los libros Hogares, reinventando espacios (AM Editores, 2018) y Hogares luminosos y alegres (Numen, 2021).